Cuentos de la ciudad antigua (66)

Un grupo de cuatro mercenarios númidas se aproximan a la entrada principal de aquel magnífico palacio triangular construido en cuatro plantas escalonadas, con grandes terrazas ajardinadas sólo comparables en forma y tamaño a otro que una vez vi en Babilonia y que también le aporta el singular aspecto de una pirámide desproporcionada. Su última altura está destinada al templo de Atargatis, la gran diosa sirena del Mediterráneo, y a la vivienda familiar del ahora general en jefe de Qart Hadasht, Asdrúbal Barca, quien ha aceptado recibirlos en el salón de audiencias de la primera planta, según se accede por la terraza de poniente.

Al entrar en aquella fabulosa estancia ninguno de los cuatro puede ocultar su admiración ante la altura de sus techos, la gran cantidad de luz natural que ilumina incluso los rincones más alejados o la impresionante zona central adornada con fuentes y cercada por soportales construidos a base de columnas separadas unas de otras por arcos capaces de sostener el peso. Al fondo, centrado entre ocho adustos y armígeros cartagineses uniformados, un vacío sillón simple de madera con telas colocadas a modo de almohadón sobre la superficie que sirve de asiento. Los cuatro visitantes detienen su paso en cuanto los guardias aprietan los puños en torno al asta de sus lanzas y enfocan las moharras a los recién llegados. Todo queda así, en suspenso, unos paralizados y con los ojos bien abiertos, otros en postura de ataque y con la mirada desbordante de agresividad, hasta que por el fondo aparece Asdrúbal, que se dirige al sillón y toma asiento.

   —¡Descansad! —a lo que su guardia reacciona recuperando la firme postura erguida, previa al movimiento de defensa—. Decidme, ¿qué tenéis? —pregunta a los númidas.
   —No hemos podido encontrar a Petrunnius, mi general, pero hemos logrado capturar a la mujer, que deambulaba al amanecer por la ciudad.
   —¿Le habéis sacado alguna información del paradero de su amigo?
   —No, mi señor, se ha negado a hablar y le aseguro que hemos intentado persuadirla, pero esa mujer es dura.
    —Entiendo. Llevadme al lugar donde la tenéis recluida. Quiero ser yo quien hable con ella Asdrúbal se levantó, realizó un gesto circular con el índice de su mano derecha enfocado hacia arriba y de cada rincón de la sala de audiencias surgieron nuevos guardaespaldas que, junto a los ocho que protegían el trono y haciendo número de veinte en total, lo rodearon—. Que alguien avise a Baldassare, lo necesitaré donde voy. ¡En marcha!

Recorren varias calles hasta llegar al muro de piedra en que se abren los accesos a la prisión y bajan la larga y húmeda escalera, sólo iluminada con la temblorosa luz de las teas, hasta llegar a una reducida explanada que hace de antesala a las mazmorras de ese nivel.

   —¿Cual es? —pregunta Asdrúbal a uno de los númidas.
   —Esa de ahí —responde el soldado, señalando la séptima puerta, la que se encuentra justo enfrente del acceso por el que han llegado.
   —Démosle unos minutos a Baldassare. Seguro que está a punto de llegar —y casi al instante, con la respiración agitada, surge desde las mismas escaleras un hombre de minúscula estatura, atuendo completamente negro, la mirada de un tarsero histérico y manos y cara sudorosas que provocan que sus ralos cabellos permanezcan pegados a su cabeza como si se los hubiese lavado con la orina de una docena de conejos deshidratados. Detrás del extraño sujeto vienen dos esclavos cargados de pertrechos.
   —Aquí estoy, a vuestro servicio, mi señor —chilla con voz de flauta mal construida el desagradable sujeto al llegar, mientras sus acompañantes comienzan a desplegar la utilería que traen consigo—. ¿Quién será el afortunado? —pregunta con una repulsiva mueca que es lo más parecido que logra a una sonrisa.

Asdrúbal no responde ni mira al recién llegado y se limita a esperar a que todo esté en óptimas condiciones para el siguiente paso. El proceso de preparación continúa y los esclavos de Baldassare montan una mesa donde van depositando por orden distintas herramientas, a cual más repulsiva tanto por su forma como por la suciedad que las embadurna. Diríase que tales instrumentos de metal vienen impregnados por restos de sangre espesa y fragmentos de tejidos de donde fuese que los hubiesen metido antes. En poco tiempo todo está preparado.

   —La mesa está servida, mi señor. Cuando guste puede hacer que se siente el comensal —y tras esta sombría guasa, el sayón Baldassare rompe en carcajadas.

El general cartaginés, con gesto de asco, ordena a los númidas que hagan salir a la cautiva. Dos de ellos liberan el cierre de la puerta de la mazmorra y la empujan hacia dentro haciéndola gemir sobre sus herrumbrosos goznes. El interior está sumido en una oscuridad total, pero yo os puedo anticipar lo que contiene. Dentro, sentada en uno de los rincones, completamente mojada por el incesante goteo que cae del techo y las paredes y que provoca un suelo inundado hasta la altura de los tobillos, está Lisístrata con una herida aún sangrante sobre la oreja izquierda. Desde la antesala, otros dos númidas entran en la celda para sacar a la prisionera y se pierden de vista. Crasa ignorancia. Dentro suenan dos golpes secos y algo pesado cae sobre el suelo encharcado como un pesado fardo. Uno de los númidas sale a trompicones de la celda agarrándose la entrepierna y cae de rodillas vomitando. El otro ni sale ni se le espera. Entonces, de la oscuridad surge lenta la guerrera, midiendo la luz que paulatina, anaranjada y suavemente la va iluminando en su salida; tiene un soberbio concepto de la puesta en escena que hace su efecto inmediato, porque Asdrúbal relaja su mandíbula hasta quedar boquiabierto mientras observa la más perfecta imagen que ha conocido en su vida, la de una mujer tan temible como fascinante, con la ropa adherida al cuerpo por las filtraciones del mar hasta aquel sótano, los cabellos negros enmarañados y la mirada más intensa y retadora que jamás haya visto en ningún campo de batalla.

@pedrojguirao

4 comentarios sobre “Cuentos de la ciudad antigua (66)

    1. La admiro, aunque sea creación mía. De hecho la narración de hoy, además de por el placer de describir el palacio de Asdrúbal a partir de los textos de Polibio y de los hallazgos arqueológicos, ha sido por pulir un poco más el perfil de Lisístrata, darle un giro más a su presencia explosiva, dedicándole algo más de mi rendida admiración. 😍
      Gracias especiales por esta visita a los cuentos y por tu opinión sobre la guerrera tartesia. 🤗😍🥰😘❤️

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