Cuentos de la ciudad antigua (70)

Un grupo de 10 ligures recorre las calles de la ciudad con paso firme y la actitud necesaria para la encomienda que se les ha confiado. Sus mentes están puestas en las montañas y prados de su tierra natal, Niké, al sur de la Galia, a la que todos están deseosos de volver dada su hartura de formar parte del ejército aliado de Cartago para sólo obedecer estúpidas órdenes a las que les obligan algunos de sus capitanes. Los tiempos de paz son malos tiempos para la milicia, el ocio es incompatible con la mente estratégica del mando, que parece estar hecha únicamente para motivar la batalla.

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Cuentos de la ciudad antigua (69)

Mientras tanto amanece en otro punto distinto de Qart Hadasht al tiempo que Moira y Belenus disponen los preparativos para los desposorios de su hija Kendri, quien, tras los sucesos acaecidos con Abdastardo de Tiro que sigue en paradero desconocido quizá formando parte de algún grupo de primates en alguno de los grandes bosques que nos separan de Ispal, ha logrado que sus padres den al fin su aprobación a Tureno, el pastor cántabro del que está enamorada y que ha recibido hace unos días noticias de la herencia de un tío lejano propietario de una casa de elaboración de quesucos en las verdes y bellas tierras de la Liébana. Moira jura y perjura que eso no ha tenido nada que ver con dar su brazo a torcer, pero creo que nadie la cree y que ella lo sabe.

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Cuentos de la ciudad antigua (68)

El mismo día que Anfítrite metió a Príapo en sus aposentos, Él se recluyó en los suyos y ambos aseguraron sus respectivas puertas. Así, la diosa del Mediterráneo evitó que su hijo Tritón pudiese fisgonear los lúbricos aconteceres en su tálamo, a sabiendas de que su adolescente vástago de poco más de dos eones de edad bien podría desollarse el falo tocando la zambomba ante tan emocionante espectáculo, y el dios padre de todos los dioses pudo huir de los golpes, jadeos y quejidos de placer in crescendo que, partiendo de las habitaciones de Anfítrite, recorren las dependencias de palacio.

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Cuentos de la ciudad antigua (67)

Desde el privilegiado observatorio de Tiamat hay una excelente visión cenital del punto de mira, lo suficientemente cerca para reconocer quién es quién y lo suficientemente lejos para hacerse una idea del contexto; por esa y alguna que otra razón de índole romántico la temible diosa no pierde detalle de los acontecimientos que ocurren en tierras de mortales. Tiene centrado su objetivo en la ciudad de Qart Hadasht, nuevo nombre con que los cartagineses han rebautizado Mastia para convertirla en su bastión ibérico y baluarte comercial de Tartessos, y analiza la situación que se desarrolla en las vidas de Lisístrata y Petrunnius, ella separada ahora de él por la opaca decisión del general que ostenta el mando en plaza. La mirada de la diosa recorre lentamente los distintos escenarios, amenazada por el padre de todos con fuertes represalias en caso de que decida intervenir.

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Cuentos de la ciudad antigua (66)

Un grupo de cuatro mercenarios númidas se aproximan a la entrada principal de aquel magnífico palacio triangular construido en cuatro plantas escalonadas, con grandes terrazas ajardinadas sólo comparables en forma y tamaño a otro que una vez vi en Babilonia y que también le aporta el singular aspecto de una pirámide desproporcionada. Su última altura está destinada al templo de Atargatis, la gran diosa sirena del Mediterráneo, y a la vivienda familiar del ahora general en jefe de Qart Hadasht, Asdrúbal Barca, quien ha aceptado recibirlos en el salón de audiencias de la primera planta, según se accede por la terraza de poniente.

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Cuentos de la ciudad antigua (65)

Una semana después Aníbal partió hacia Roma a través de los Pirineos y los Alpes llevando 100.000 soldados y 12.000 caballeros pero, dado que en esa postrer semana los elefantes guarrindongos habían seguido en su empeño de no asearse ni permitir que se los sometiera a nuevos baños y también habían logrado convencer a un pequeño grupo adicional, el general tuvo que conformarse con llevar sólo 40 con sus correspondientes Mahouts. Los otros 20 mugrientos quedaron dispersos por el Theut, que no volvió a oler a tomillo y romero hasta muchos años después de que aquellas bestias murieran por vejez, cosa que tardó medio siglo en producirse.

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Cuentos de la ciudad antigua (64)

El ruido y la vibración me despertaron aquel día de primavera. Salí a la puerta y presté atención para determinar de dónde venía el sonido; el aire olía a una mezcla de sudor humano y animal, así que mientras estaba despistado agudizando el oído y enfocando la vista con la intención de obtener más datos valorables, Aníbal tocó mi hombro y me sobresaltó. Este tío tiene la cualidad de aparecer por sorpresa cuando menos lo esperas y eso, a veces, es irritante.

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Cuentos de la ciudad antigua (63)

Expuse el caso con la mejor de mis habilidades narrativas y sumo cuidado en el uso de metáforas u otros recursos literarios, reduciéndolos en la medida de lo posible para no extenderme ni hurtar con florituras sentido al relato. Le hablé cuanto pude de mi conjuro, con cuidado de mantener oculta la información que un mago no debe transmitir sino a su sucesor cuando llegare tal coyuntura, e hice una pausa dramática en mi crónica justo en el momento en que adherí el mechón de Kendri en la cabeza de la figura de cera y otra aún más trágica cuando antes del amanecer sonó aquel incierto crujido de madera en el granero.

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Cuentos de la ciudad antigua (62)

Esta tarde volvía a casa del mercado después de trujamanear algunos enseres a los que ya no iba a sacar partido por un precioso mero de buen tamaño con unas ocho minas de peso, relamiéndome pensando cómo quedaría después de cocinarlo sobre piedras candentes, con algo de aceite, setas y sal, para sorprender a Lisístrata, cuando me asaltó por la calle la cuarta esposa de Belenus, una mujer de mediana edad, cabellos castaños, potentes caderas y pequeños pechos, pero luciendo unos brazos y antebrazos de tal tamaño que me hacen pensar en que jamás me atrevería a llevarle la contraria. Junto a ella trotaba una chiquilla de no más de doce años que llevaba amarrados a siete macacos de la Berbería.

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Cuentos de la ciudad antigua (61)

“Tras la caída de Asdrúbal, Aníbal se hizo con el mando de los asuntos en Iberia e inmediatamente partió para someter al pueblo de los olcades. Llegó a las puertas de Althia, su ciudad más fuerte, estableció su campamento ante ella, la atacó con formidable energía y logró tomarla en poco tiempo, lo que hizo que los demás pueblos, horrorizados, se entregasen a los cartagineses. Aníbal recaudó una fuerte suma con esa victoria y regresó a Qart Hadasht para pasar el invierno”.
Fragmento del Tomus tertius de Historiarum, escrito por el historiador griego Polibio

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Cuentos de la ciudad antigua (60)

Con cuánta facilidad me acostumbro a lo bueno. Tras años de avatares que sólo me permitían descansar pocas horas resulta que regreso a mi ciudad y recupero la costumbre de la siesta ineludible. Además, me lo pensé mucho al elegir esta pequeña casa y que sólo tuviese mi cama para el descanso porque gracias a ello Lisístrata duerme a mi lado. A veces, esta manía de planificar y analizarlo todo da grandes resultados.

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Cuentos de la ciudad antigua (59)

Durante los primeros días en Qart Hadasht temí que Lisístrata me hiciese alguna jugada que terminase con mis huesos de nuevo en la mazmorra, pero parece que no se plantea esa posibilidad. Salimos todos los días a caminar juntos por el entorno y ni saca el tema ni encontramos a nadie conocido que pueda recordárselo; supongo que tras diez años de ausencia por mi parte y de ocupación por los cartagineses ya nadie me recuerda ni pregunta porqué fui injustamente encarcelado. Además, el objeto de mi prendimiento ya no existe y la feroz Boudica, única persona a la que retraté, desnuda, con aquel artefacto, huyó probablemente a la ciudad de Spal, en pleno corazón de Tartessos, tras un altercado callejero contra estas fuerzas usurpadoras; aunque aquí nadie los ve así sino como el apoyo necesario para nuestro progreso; ya sabéis que los mastienos destacamos también por nuestro sentido de la tolerancia. Pero hay algo en esta nueva Mastia que me incomoda, el olor.

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Cuentos de la ciudad antigua (58)

Dejemos de lado el devenir celestial, aunque anticipo que la abdicación de El provocará tensiones carnales entre el entronizado Yamm y su madrastra Asera, y volvamos al mundo mortal, porque en el Mediterráneo todo es calma y en la nave tiria reposa la marinería tras el aterrador combate mientras Aderbal discute en el coronamiento de popa con Lisístrata sobre el destino final del navío y yo, sentado en el castillo de proa, observo en silencio la intensa belleza de Abir, capaz de mutar en segundos en la imagen más espantosa imaginable, y no me canso de admirar ese perfil impecable, esa boca de labios finos pero perfectamente dibujados, esos ojos almendrados con iris del color del ámbar, esos pechos cuyo perfecto tamaño los hace sólo merecedores al cuerpo de una diosa y ese… voy a dejar de describirla no sea que lea estas notas en algún descuido mío y acabe convertido en su desayuno.

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Cuentos de la ciudad antigua (57)

Mientras Anfítrite, Príapo y Tritón levitan sobre el mar y se alejan cogidos del brazo contoneando afectada, entusiástica y sincronizadamente las caderas para ascender después hasta alturas imposibles proyectando mentalmente las múltiples orgías que llevarán a cabo en cada rincón de palacio en el éter celestial, Astarté y Abir observan el estado del campo de batalla.

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Cuentos de la ciudad antigua (56)

Más o menos a la distancia de un estadio desde la popa emerge Anfítrite con aspecto feroz y tridente en ristre; a su lado surge la figura de Tritón, su hijo, mitad superior con la apariencia de un adolescente humano enfurruñado y mitad inferior piscícola y así lo digo porque no se parece en nada a ningún pez conocido. Alrededor de ambos hay un intenso bullicio provocado por grandes escualos, enormes crustáceos y gigantescos pulpos. Madre e hijo miran con gran seriedad a la nave tiria, pero también buscan alguna otra presencia aún no manifiesta.

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Cuentos de la ciudad antigua (55)

“La nereida Anfítrite recibió los requerimientos amorosos de Posidón con repugnancia y huyó al monte Atlas para evitarlo, pero él mandó mensajeros tras ella para que la convencieran de vivir con él en las profundidades marinas; entre aquellos mensajeros se hallaba Delfino, quien defendió la causa de Posidón con tanta pasión que ella cedió y le pidió que arreglara el casamiento. Posidón, en agradecimiento, puso la imagen de su mensajero entre las estrellas como una constelación, el Delfín.”
Anfítrite le dio tres hijas a Posidón que constituían una tríada: Tritón, la luna nueva propicia, Rode, la luna llena de la cosecha, y Bentesicime, la luna vieja peligrosa. Pero Tritón fue posteriormente masculinizada”.
Fragmento de la Astronomía poética del escritor hispano del siglo I Higino y reflexión sobre uno de Los mitos griegos del erudito británico Robert Graves.


Mientras Astarté y Tiamat visitan a Príapo en su templo de Lámpsaco, en otro lugar muy lejano y profundo se halla un dios observando cómo los humanos se entregan a sus enardecedoras pasiones sexuales, mientras acaricia su masculinidad con parsimonia de arriba a abajo y de abajo a arriba. Está tan inmerso en ello, tan ajeno a lo que le rodea, que no percibe el acercamiento ni siquiera cuando la intrusa lo rodea y le coloca su boca junto al oído al tiempo que observa lo que tanto excita a su pequeño.

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Cuentos de la ciudad antigua (54)

“¿Quieres saber por qué tengo al descubierto mis partes obscenas? Pues averigua por qué ningún dios oculta sus armas. El señor del mundo, rey del rayo, lo muestra abiertamente y no tiene el dios marino un oculto tridente ni Marte esconde la espada, a la que debe su valía, ni Palas, intrépida, disimula la lanza en los pliegues de la ropa. ¿Siente acaso vergüenza Febo de llevar en bandolera sus áureas flechas? ¿Es que Diana lleva a escondidas su carcaj? ¿Tapa el Alcida el astil de su nudosa maza? ¿Guarda el dios alado bajo su túnica el caduceo? ¿Quién ha visto a Baco cubrir con sus ropas el ligero tirso o a ti, Amor, con la antorcha oculta? No sea, pues, un delito para mí tener la verga siempre al descubierto: si me faltase esa arma, quedaría inerme.”
Noveno y uno de los epigramas más recatados de los Priapeos, esa colección de ochenta poemas breves escritos en época del emperador Augusto y atribuidos por Séneca a Ovidio.


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Cuentos de la ciudad antigua (53)

“—Decidme, ¿cual era la valiosa pertenencia que Eneas se trajo de Troya? Os ruego que me perdonéis el método dialéctico.
   —Os referís sin duda al Paladión, muy docto Sócrates, de cuya conservación dependía en otro tiempo el destino de Troya y de la cual depende ahora el de Roma.
   —¿Y qué, honorable Alcibíades, es el Paladión?
   —Una venerable estatua de Palas Atenea.
   —¡Ah!, pero, ¿quién es ella?
   —Vos sugeristeis esta mañana que originalmente era una Diosa del Mar que, según los mitógrafos, nació en el lago Tritón, en Libia.
   —Y así fue. ¿Y quién o qué es Tritón, además de ser el nombre de un lago en otro tiempo extenso y que ahora se va reduciendo y convirtiéndose en un pantano salobre?
   —Tritón es un dios marino con cuerpo de pez que acompaña a Poseidón, el Dios del Mar, y a su esposa Anfítrite, la Diosa del Mar, y hace sonar una concha de caracol marino en su honor. Se dice que es su hijo.”
Fragmento de Una conversación en Pafos, 43 d. de C., capítulo XX de La Diosa Blanca, del erudito inglés Robert Graves.

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Cuentos de la ciudad antigua (52)

«Los arquitas mencionados en las tabletas de Tell Amarna de 1400 a. de C. eran un antiguo pueblo cananeo muy conocido por su culto a la diosa Luna Astarté, o Ishtar, para quien el arca de madera de acacia era sagrada. Sólo hay un arquita famoso, Alejandro Severo (emperador romano desde el 222 hasta el 235 y último de la dinastía Severa), llamado el «arquita» porque nació en el templo de Alejandro Magno en Arka, Líbano, donde sus padres asistían a un festival.
Fragmento de La herejía de Gwion, capítulo IX de La diosa blanca, del erudito inglés Robert Graves.

Impresiona el enorme espacio que ocupan los aposentos de Astarté en el palacio divino. Diríase que por sí mismos podrían ser un impoluto palacio blanco dentro del gran palacio principal de plata y dispone de cámaras diferentes dispuestas para todo tipo de necesidades divinas, como el descanso, el fornicio, el aseo (los dioses comen, ergo…), el baño, el vestíbulo y hasta una de ellas dedicada únicamente para recibir al acariciador, un semidiós experto en propiciar la relajación de cuerpo, mente y libídine muy requerido por la totalidad del panteón, tanto dioses como diosas.

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Cuentos de la ciudad antigua (51)

El cónclave de los dioses convocado por la joven nereida Anfítrite está presidido por El, padre de la especie humana; a su derecha se sienta Artemis, la diosa de los bosques, y a continuación está Baal Hammón, señor de los vientos, y Astarté, diosa de la vida y el sexo. Después hay un pequeño espacio frente a El de no más de un millar de Pēchys basilēïos hasta llegar a Hadad, el que convoca las tormentas, a quien sigue a su derecha Beset, la protectora del hogar, Melqart, el dios de la navegación y Tannit, la diosa de la guerra que cierra el círculo justo a la izquierda del padre de la humanidad. A un gesto de la mano de Artemis se acerca Anfítrite, entra al centro del círculo sagrado por el espacio entre Astarté y Hadad, muestra su reverencia al dios supremo y comienza a hablar:

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Cuentos de la ciudad antigua (50)

Los días siguientes al ataque del gran crustáceo fueron tranquilos, exceptuando alguna que otra tormenta intensa, muestras de berrinches entre los dioses, que surgía con tanta rapidez como se extinguía, pero que mientras sucedían agitaron con violencia nuestra tabla hasta hacernos preocupar por nuestras vidas. En los momentos de calma, cuando el sol quedaba vertical sobre nosotros y también después de ocultarse cada tarde, comíamos parte del contenido que Lisístrata había vaciado de la fabulosa pinza pero, eso sí, racionando cada ración con racionalidad, que no está la situación como para atiborrarse o tirar la choza por el ventanuco, dado que no sabemos cómo ni cuando obtendremos nuestro próximo sustento. He pasado las noches abrazado a su espalda; de vez en cuando abandonaba el abrazo, me volvía hacia el lado contrario para cambiar de postura y ella inmediatamente se abrazaba a la mía. Mientras duerme tiembla con fuerza y yo estrecho aún más el abrazo, intentando compensar su sensación de frío con el poco calor que pueda proporcionarle.

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