Cuentos de la ciudad antigua (75)

La puerta se abre con potente impulso hasta rebotar en la pared haciendo crujir la madera que fija los goznes, la estancia se ilumina con el hueco abierto y vacío, porque no hay nadie en él, ninguna silueta estimulante de mis sentidos, como si hubiese cedido a una intensa ráfaga de viento y nadie haya al otro lado con intención de entrar. Con lentitud y cautela me acerco, para que mis pupilas vayan adaptándose a la luz exterior y lo que sea que me espera ahí fuera no me pille por sorpresa. Finalmente cuando mi vista se adapta doy un salto al exterior con el pugio en la mano, giro en el aire hacia la derecha y afronto mi destino con valor. No hay nadie, pero a mi espalda suena una voz que dice

   —Tenías la mitad de posibilidades de acertar y saltaste al lado erróneo. La próxima vez hazlo a la izquierda, siempre ataco por la izquierda, y salvarás la vida. Hoy date por muerto —dice Lisístrata con un tono marcadamente irónico y su media sonrisa torciéndole atractivamente la boca.
   —No sabía por qué nadie entraba y salí a enfrentarme a lo que fuera.
   —Porque me acerqué a casa y me llamó la atención que el zaguán estaba recogido, sin trastos por medio y con un par de sillas perfectamente colocadas junto a la pared. Mientras miraba me llegó un aroma delicioso a flores y comida especial que venía del interior, así que pensé que esa no era nuestra casa o que nos la habían ocupado. Por eso abrí de sopetón y esperé respuesta.
   —Yo recogí el zaguán, limpié y aromaticé el interior e hice la comida. Por cierto, me gustaría contarte un secreto que no sabe nadie más, pero tienes que jurarme que jamás lo desvelarás, que será nuestro secreto.
   —Si tú confías en mí tanto como para contarme ese secreto no veo por qué no. Juro que tu secreto lo sabremos sólo tú y yo.
   —Todo esto es por tí y para tí, porque me tienes embelesado y me pongo nervioso cada vez que estás cerca. Es mi forma de decirte que tenerte conmigo es lo mejor que me ha pasado.
   —Vamos, que quieres echar un polvo. Como si lo viera.
   —Si lo prefieres así… sí, me muero por hacerte el amor, me pones muchísimo, pero me lo he querido currar antes de sugerírtelo. Ahora la cosa está desvelada, no es tan romántica, pero qué se le va a hacer.
   —Me parece bien. Valoraré tu sorpresa poniendo nota a cada cosa y si apruebas nos vamos a la cama, siempre y cuando hayas despertado mi cuerpo para eso. ¿Hace?
   —Hace.

Lisístrata entra en casa unos pasos por delante, cierro la puerta al cruzar el umbral y la madera de los goznes vuelve a quejarse. «Eso habrá que repararlo», pienso. Ella se para en medio de la estancia, pasea su mirada en círculo por cada parte y olfatea los arreglos florales; su expresión es de agrado.

   —De momento estás aprobado.

Recibo la nota con alegría, es como comenzar un partido metiendo un gol por la escuadra, pero con Lisístrata nunca está nada asegurado. A ver cómo sigue. Ella se acerca al fuego donde mantengo caliente el faisán y tuerce el gesto.

   —Has cambiado el abrojo por cardo borriquero, un aroma más amargo. Aquí no has estado fino y aquí suspendes.
   —Es que busqué abrojos pero…
   —¡Nada de excusas. Acepta tu destino como hombre. Has perdido la ventaja!

Ahora se dirige a la mesa y se detiene. Observa los detalles y la posición de cada elemento y coge los haces de esparto, impregna de humo toda la estancia e incluso lo lleva hacia su cabeza ayudándose de la palma de la mano. Está haciendo una limpieza espiritual.

   —Las almácigas han compensado al cardo y el humo del esparto me ha permitido limpiar el ambiente de mala energía. Aquí vuelves a aprobar.

Respiro hondo aunque voy justito. Entonces llega el momento definitivo cuando muevo hacia atrás la silla para que Lisístrata tome asiento y comienzo sirviendo dos copas de vino vascón; agito la de ella en círculos para oxigenarlo y se la ofrezco. Mientras le da un sorbito pongo en su plato una nutrida ración de ostras con limón. Está disfrutando del inicio del menú. Al acabar las le retiro el plato y pongo otro en su lugar. Entonces levanto la tapa de una bandeja para servirle el cangrejo y junto a él una porción de la salsa, para que ella decida cuánta poner. Su expresión me llena de satisfacción, aunque no suelta prenda la puñetera y me mantiene en vilo. Una vez ha terminado procedo a colocarle el sorbete y mientras lo toma le cambio de nuevo el plato y traigo de la cocina una gran bandeja con el faisán encima. Le corto una buena porción de pechuga y comienza a devorarlo, pero se frena.

   —¿En serio has cambiado el azafrán por ñoras? ¿No te das cuenta de que no sólo has modificado el color sino también el sabor? ¡Esto merece un suspenso como una casa!

Joder, ahora no creo superar la prueba, pero no me doy por vencido, retiro todo, saco la bandeja de dulces de Cartago y procedo a infusionar el té y servírselo. De nuevo la satisfacción vuelve a su rostro, aunque a estas alturas estoy como para que me den con un desfibrilador, que no sé que será pero que seguro que alguna vez lo inventará alguien.

   —No ha estado mal, pero te has paseado demasiado por el filo de la falcata y te quedas a un pasito del aprobado. Lo siento, nene. Otra vez será.

Agacho la cabeza, procedo a retirar la mesa para fregar los cacharros y ella se va a la habitación. Cuando llevo un rato fregando la oigo decir

   —¿Me vas a hacer esperar más tiempo o es que ya no te apetezco?

Me ha dado un mareo y además creo que se me va a salir el corazón del sitio.

@pedrojguirao

3 comentarios sobre “Cuentos de la ciudad antigua (75)

  1. Pero bueno, m vas a seguir dejando con la intriga????😲😒🤔
    Yo q pensaba en una descriptiva noche d pasión y desenfreno amoroso y vas tú y t quedas recogiendo y fregando los cacharros!!🤦..Endeluegooo!!!🫨😫
    Pues nada, tendré q esperar al domingo q viene…😁😜
    🤗🥰😘❤️

    P.d.: M gustó esa declaración a Lisístrata, fue muy romántica e inesperada👏👏👏👏😉😘

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    1. No, no me quedé fregando los cacharros porque me llamó a la habitación. Lo que sucedió después no quise detallarlo porque soy un caballero, pero a lo mejor me dejo la armadura por el camino y un día explico todos los pormenores de lo que sucedió bajo las sábanas… bueno, sobre la cama, que pronto las sábanas fueron a parar al suelo. 😈
      Gracias especiales, Mamen, porque tus visitas y consideraciones a los cuentos me parecen maravillosas. Me gusta que te gustara. 🤗🥰😘

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