Cuentos de la ciudad antigua (76)

El cielo comienza a aclararse con ese otro crepúsculo que precede a la salida del sol por el horizonte. Hace días que he adquirido el extraño hábito de despertar justo en este momento. Creo que mi mente acostumbra a mi cabeza para que deje de dormitar cuando disponga de un mínimo de luz que me permita observar el cuerpo desnudo de mi compañera durmiendo a mi lado o quizá sea porque deseo a diario la llegada de estos minutos de interminable placer visual en que mi mente divaga sin pensamiento alguno y mis sentidos se centran únicamente en ella, repasando su figura daktylo a daktylo, contemplando cada volumen, cada curva, y presto especial atención a los intersticios y las turgencias, porque es ahí donde mi mente, aún embotada por el sueño recién abandonado, termina de desadormecerse recordando qué maravillas se esconden en el interior de unos y las reacciones que se manifiestan al ser acariciadas las otras. ¡Qué perfecta es la naturaleza, capaz de crear algo tan sublime! En momentos como este reconozco que la vida me trata a cuerpo de rey y no se me ocurre nada que desear para ser más feliz, porque no creo que exista mayor felicidad que esta vida junto a Lisístrata en mi adorada Mastia.

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Cuentos de la ciudad antigua (75)

La puerta se abre con potente impulso hasta rebotar en la pared haciendo crujir la madera que fija los goznes, la estancia se ilumina con el hueco abierto y vacío, porque no hay nadie en él, ninguna silueta estimulante de mis sentidos, como si hubiese cedido a una intensa ráfaga de viento y nadie haya al otro lado con intención de entrar. Con lentitud y cautela me acerco, para que mis pupilas vayan adaptándose a la luz exterior y lo que sea que me espera ahí fuera no me pille por sorpresa. Finalmente cuando mi vista se adapta doy un salto al exterior con el pugio en la mano, giro en el aire hacia la derecha y afronto mi destino con valor. No hay nadie, pero a mi espalda suena una voz que dice

   —Tenías la mitad de posibilidades de acertar y saltaste al lado erróneo. La próxima vez hazlo a la izquierda, siempre ataco por la izquierda, y salvarás la vida. Hoy date por muerto —dice Lisístrata con un tono marcadamente irónico y su media sonrisa torciéndole atractivamente la boca.
   —No sabía por qué nadie entraba y salí a enfrentarme a lo que fuera.
   —Porque me acerqué a casa y me llamó la atención que el zaguán estaba recogido, sin trastos por medio y con un par de sillas perfectamente colocadas junto a la pared. Mientras miraba me llegó un aroma delicioso a flores y comida especial que venía del interior, así que pensé que esa no era nuestra casa o que nos la habían ocupado. Por eso abrí de sopetón y esperé respuesta.
   —Yo recogí el zaguán, limpié y aromaticé el interior e hice la comida. Por cierto, me gustaría contarte un secreto que no sabe nadie más, pero tienes que jurarme que jamás lo desvelarás, que será nuestro secreto.
   —Si tú confías en mí tanto como para contarme ese secreto no veo por qué no. Juro que tu secreto lo sabremos sólo tú y yo.
   —Todo esto es por tí y para tí, porque me tienes embelesado y me pongo nervioso cada vez que estás cerca. Es mi forma de decirte que tenerte conmigo es lo mejor que me ha pasado.
   —Vamos, que quieres echar un polvo. Como si lo viera.
   —Si lo prefieres así… sí, me muero por hacerte el amor, me pones muchísimo, pero me lo he querido currar antes de sugerírtelo. Ahora la cosa está desvelada, no es tan romántica, pero qué se le va a hacer.
   —Me parece bien. Valoraré tu sorpresa poniendo nota a cada cosa y si apruebas nos vamos a la cama, siempre y cuando hayas despertado mi cuerpo para eso. ¿Hace?
   —Hace.

Lisístrata entra en casa unos pasos por delante, cierro la puerta al cruzar el umbral y la madera de los goznes vuelve a quejarse. «Eso habrá que repararlo», pienso. Ella se para en medio de la estancia, pasea su mirada en círculo por cada parte y olfatea los arreglos florales; su expresión es de agrado.

   —De momento estás aprobado.

Recibo la nota con alegría, es como comenzar un partido metiendo un gol por la escuadra, pero con Lisístrata nunca está nada asegurado. A ver cómo sigue. Ella se acerca al fuego donde mantengo caliente el faisán y tuerce el gesto.

   —Has cambiado el abrojo por cardo borriquero, un aroma más amargo. Aquí no has estado fino y aquí suspendes.
   —Es que busqué abrojos pero…
   —¡Nada de excusas. Acepta tu destino como hombre. Has perdido la ventaja!

Ahora se dirige a la mesa y se detiene. Observa los detalles y la posición de cada elemento y coge los haces de esparto, impregna de humo toda la estancia e incluso lo lleva hacia su cabeza ayudándose de la palma de la mano. Está haciendo una limpieza espiritual.

   —Las almácigas han compensado al cardo y el humo del esparto me ha permitido limpiar el ambiente de mala energía. Aquí vuelves a aprobar.

Respiro hondo aunque voy justito. Entonces llega el momento definitivo cuando muevo hacia atrás la silla para que Lisístrata tome asiento y comienzo sirviendo dos copas de vino vascón; agito la de ella en círculos para oxigenarlo y se la ofrezco. Mientras le da un sorbito pongo en su plato una nutrida ración de ostras con limón. Está disfrutando del inicio del menú. Al acabar las le retiro el plato y pongo otro en su lugar. Entonces levanto la tapa de una bandeja para servirle el cangrejo y junto a él una porción de la salsa, para que ella decida cuánta poner. Su expresión me llena de satisfacción, aunque no suelta prenda la puñetera y me mantiene en vilo. Una vez ha terminado procedo a colocarle el sorbete y mientras lo toma le cambio de nuevo el plato y traigo de la cocina una gran bandeja con el faisán encima. Le corto una buena porción de pechuga y comienza a devorarlo, pero se frena.

   —¿En serio has cambiado el azafrán por ñoras? ¿No te das cuenta de que no sólo has modificado el color sino también el sabor? ¡Esto merece un suspenso como una casa!

Joder, ahora no creo superar la prueba, pero no me doy por vencido, retiro todo, saco la bandeja de dulces de Cartago y procedo a infusionar el té y servírselo. De nuevo la satisfacción vuelve a su rostro, aunque a estas alturas estoy como para que me den con un desfibrilador, que no sé que será pero que seguro que alguna vez lo inventará alguien.

   —No ha estado mal, pero te has paseado demasiado por el filo de la falcata y te quedas a un pasito del aprobado. Lo siento, nene. Otra vez será.

Agacho la cabeza, procedo a retirar la mesa para fregar los cacharros y ella se va a la habitación. Cuando llevo un rato fregando la oigo decir

   —¿Me vas a hacer esperar más tiempo o es que ya no te apetezco?

Me ha dado un mareo y además creo que se me va a salir el corazón del sitio.

@pedrojguirao

Cuentos de la ciudad antigua (74)

Tras estos días de agotamiento intenso a causa de la enfermedad ya estoy recuperado, aunque la creatividad y la inventiva aún estén disminuidas y no me dejen pergeñar con la habilidad acostumbrada. No obstante me he despertado y he observado a Lisístrata durmiendo a mi lado completamente desnuda, emanando ese aroma tan irresistible y me han asaltado unas ganas enormes de acariciarla, pero no me atrevo, así que he decidido que hoy voy a poner en práctica todas mis habilidades, mis dotes de complicidad, voy a crear situaciones que la hagan reír, le voy a mostrar mi amplia gama de frases con doble sentido y le voy a preparar una comida de chuparse los dedos… por si le apeteciera continuar a otras partes y echar uno rapidito o, mejor aún, invertir el resto del día en ello, cosa que nos mantendría en forma y no puedo imaginar mejor modo de echar la tarde/noche.

Una de las mujeres de Belenus me ha traído unos odres de vino rojo brillante hecho por los vascones de Calagurris. Dicen que es un vino tan suave al paladar como excelente, con capacidad de alegrar el corazón de quien lo bebe y yo quiero alegrar la existencia de Lisístrata… y de paso mi futuro inmediato, si hubiera suerte. Tureno y Kendri volvieron ayer de su luna de miel en las Gimnesias trayéndome una red de ostras muy frías que reservé sumergidas en un lugar incógnito del puerto y que prepararé justo antes de comerlas con un buen chorro de limón para que se contraigan; dicen que estas criaturas viscosas tienen la habilidad de alterar positivamente la libido de quien las engulle y eso parece una opción más para lograr el éxito. En el puerto también he conseguido un par de cangrejos para cocer. Un pariente de Alanis, la que abría las puertas y recibía a las visitas en casa de Moira, ha regresado de un viaje a tierras seléucidas con faisanes enjaulados de los que he comprado uno para prepararlo también en esta ocasión. Con todo ello sólo me faltan los postres, que conseguiré a través de unos artesanos cartagineses expertos en dulces hechos con miel, higos, dátiles y frutos secos.

El menú consistirá en un entrante de ostras al jugo de limón, seguido por la carne de cangrejo ya extraída de su coraza externa acompañada por una crema emulsión de aceite, huevo y un ligero toque de licor de moras, para después continuar con unos sorbitos de limón dulce diluido en un cuerpo de hielo muy picado sacado de la parte más profunda del pozo, que permitirá al paladar librarse del fuerte sabor de los productos del mar para continuar con el faisán asado y condimentado con hierbas de las riberas de la laguna salada. Para finalizar presentaré los dulces cartagineses y una infusión de las hojas del té, tal como me enseñó un maestro de esas artes habituales en el lejano oriente. Quizá ponga incluso un pequeño vasito con esencia de orujo que me destilan expresamente en la cornisa del norte, en el vasto y verde territorio de los celtas astures y galaicos.

Me pongo a ello y busco entre las cinco colinas zonas donde crezca el abrojo con el que aromatizar los troncos que den la lumbre necesaria para el cocinado y además sirva de estimulante. No hay abrojos, parece que han acabado con ellos, así que debo sustituirlos por cardos borriqueros secos cuyos efectos aún no están investigados. Recojo una buena cantidad de romero y tomillo para aromatizar el asado de faisán, que eso sí es muy abundante en estas tierras, pero en el mercado del puerto tampoco pueden servirme azafrán con el que elaborar un extracto, condimento imprescindible para lograr que el faisán resulte enardecedor de las pulsiones, así que también debo cambiar el azafrán por un majado de la carne de las ñoras, pimientos secos con forma de bola que algunos agricultores cultivan en la zona oeste de la ciudad. Finalmente logro otro de los ingredientes más importantes en esta preparación, las alcaparras encurtidas que darán cuerpo y sabor a la salsa del faisán al tiempo que también activarán internamente los estrógenos necesarios para provocar una cierta desinhibición, más activa a nivel psicológico pero también en cuanto a lo fisiológico, vamos que no es como emborracharla para que pierda la consciencia sino en romper las barreras que la hacen estar siempre alerta y nos permita intimar sin presiones. Por cierto, he desechado los dulces con avellanas y sólo he aceptado los de almendras, que eso ya es una experiencia imborrable, que hace que me pregunte ¿en qué afectaría ese cambio a una mujer?, ¿le decrecerá el volumen de las tetas?. Quizá investigue esa vertiente, por si alguien me contrata para una reducción de pecho.

Ya he acabado el menú, la mesa está adornada con jarras conteniendo el vino, ramitas verdes de zarzaparrilla con sus característicos y pequeños frutos rojos mezcladas con hermosas flores de jara. Unas ramas de almáciga prensadas y distribuidas por varias partes de la mesa aportan a la estancia un aroma mezcla de cítrico y resina. Por último, densos haces de esparto atados en su base sirven de iluminación propicia para cerrar completamente la estancia y vernos entre las dinámicas sombras en movimiento. Creo que todo está perfecto. Ahora esperaré nervioso a que Lisístrata vuelva a casa,porque si sale bien quizá logre un rato de dulce intimidad consentida; pero entonces vuelve a mi memoria la falta de abrojos suplida por cardos borriqueros y la falta de extracto de azafrán que he cambiado por ñoras. Ahora mi cerebro muestra una notable deformación profesional, recuerdo los efectos de la pócima para Abdastarto de Tiro, recuerdo otra vez el cambio de avellanas por almendras y me pregunto ¿tendrán estas minúsculas variaciones algún efecto secundario?, ¿no sería mejor desmontar toda esta parafernalia por si acaso? Suena el pasador de la puerta. Lisístrata ha llegado. Ya no hay tiempo de volverse atrás. La casa está impoluta y la suerte echada.

@pedrojguirao

Cuentos de la ciudad antigua (73)

Las damas de la ciudad antigua se han apaciguado, han descubierto otras actividades sensuales en las que intervienen diversas partes activas del cuerpo a las que han encontrado utilidades alternativas, como que la lengua y los labios no sólo sirven para hablar o que los dedos tienen habilidades muy superiores al simple agarrar las cosas, e incluso están aficionándose a esos artefactos cilíndricos de punta redondeada que ya se usaban hace casi veintiséis mil años en algún lugar indeterminado. Tras semejantes descubrimientos han decidido que las nuevas dimensiones de sus esposos no son tan dramáticas y han decidido dejar de plantarse ante mi puerta gritando frases amenazantes. Acabó el escrache. Ha vuelto la paz.

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Cuentos de la ciudad antigua (72)

Hace un día magnífico. Me apetecería mucho caminar hasta el mar para nadar mientras el cuerpo aguante, pero hay trabajo urgente que hacer porque Lisístrata ha hecho estragos entre la población masculina que ha recibido algún sopapo de su parte y las mujeres de los afectados han venido a exigirme que les de solución a sus problemas, dado que estos hombres han desarrollado terror por el sexo femenino, presentan por tanto una nueva y curiosa inapetencia por la sexualidad y algunos incluso muestran una evidente impotencia que les impide armar su miembro de la suficiente rigidez como para disfrutar del animoso coitar.

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Cuentos de la ciudad antigua (71)

La cara de Asdrúbal muestra evidentes síntomas de abstracción, ningún movimiento frente a sus ojos, por agresivo que sea, logra que su mirada cambie de posición, un lugar indeterminado de la parte superior del habitáculo; tampoco soplarle en los ojos hace que parpadee, ni siquiera al girarle el cuello sus pupilas cambian el rumbo de su atención, aunque depositan su mirada en el nuevo espacio que queda frente a ellas. La mandíbula suelta, la boca semiabierta y los músculos fláccidos y sin oponer resistencia son otros signos de su estado ajeno al mundo que le rodea. Al observar estos síntomas introduje rápidamente bajo su túnica el capuchón embalsamado del clítoris de una avispa germánica virgen, que todos los grandes brujos de la historia sabemos que facilita el desempolvar la memoria y aclarar ideas.

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Cuentos de la ciudad antigua (70)

Un grupo de 10 ligures recorre las calles de la ciudad con paso firme y la actitud necesaria para la encomienda que se les ha confiado. Sus mentes están puestas en las montañas y prados de su tierra natal, Niké, al sur de la Galia, a la que todos están deseosos de volver dada su hartura de formar parte del ejército aliado de Cartago para sólo obedecer estúpidas órdenes a las que les obligan algunos de sus capitanes. Los tiempos de paz son malos tiempos para la milicia, el ocio es incompatible con la mente estratégica del mando, que parece estar hecha únicamente para motivar la batalla.

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Cuentos de la ciudad antigua (69)

Mientras tanto amanece en otro punto distinto de Qart Hadasht al tiempo que Moira y Belenus disponen los preparativos para los desposorios de su hija Kendri, quien, tras los sucesos acaecidos con Abdastardo de Tiro que sigue en paradero desconocido quizá formando parte de algún grupo de primates en alguno de los grandes bosques que nos separan de Ispal, ha logrado que sus padres den al fin su aprobación a Tureno, el pastor cántabro del que está enamorada y que ha recibido hace unos días noticias de la herencia de un tío lejano propietario de una casa de elaboración de quesucos en las verdes y bellas tierras de la Liébana. Moira jura y perjura que eso no ha tenido nada que ver con dar su brazo a torcer, pero creo que nadie la cree y que ella lo sabe.

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Cuentos de la ciudad antigua (68)

El mismo día que Anfítrite metió a Príapo en sus aposentos, Él se recluyó en los suyos y ambos aseguraron sus respectivas puertas. Así, la diosa del Mediterráneo evitó que su hijo Tritón pudiese fisgonear los lúbricos aconteceres en su tálamo, a sabiendas de que su adolescente vástago de poco más de dos eones de edad bien podría desollarse el falo tocando la zambomba ante tan emocionante espectáculo, y el dios padre de todos los dioses pudo huir de los golpes, jadeos y quejidos de placer in crescendo que, partiendo de las habitaciones de Anfítrite, recorren las dependencias de palacio.

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Cuentos de la ciudad antigua (67)

Desde el privilegiado observatorio de Tiamat hay una excelente visión cenital del punto de mira, lo suficientemente cerca para reconocer quién es quién y lo suficientemente lejos para hacerse una idea del contexto; por esa y alguna que otra razón de índole romántico la temible diosa no pierde detalle de los acontecimientos que ocurren en tierras de mortales. Tiene centrado su objetivo en la ciudad de Qart Hadasht, nuevo nombre con que los cartagineses han rebautizado Mastia para convertirla en su bastión ibérico y baluarte comercial de Tartessos, y analiza la situación que se desarrolla en las vidas de Lisístrata y Petrunnius, ella separada ahora de él por la opaca decisión del general que ostenta el mando en plaza. La mirada de la diosa recorre lentamente los distintos escenarios, amenazada por el padre de todos con fuertes represalias en caso de que decida intervenir.

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Cuentos de la ciudad antigua (65)

Una semana después Aníbal partió hacia Roma a través de los Pirineos y los Alpes llevando 100.000 soldados y 12.000 caballeros pero, dado que en esa postrer semana los elefantes guarrindongos habían seguido en su empeño de no asearse ni permitir que se los sometiera a nuevos baños y también habían logrado convencer a un pequeño grupo adicional, el general tuvo que conformarse con llevar sólo 40 con sus correspondientes Mahouts. Los otros 20 mugrientos quedaron dispersos por el Theut, que no volvió a oler a tomillo y romero hasta muchos años después de que aquellas bestias murieran por vejez, cosa que tardó medio siglo en producirse.

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Cuentos de la ciudad antigua (64)

El ruido y la vibración me despertaron aquel día de primavera. Salí a la puerta y presté atención para determinar de dónde venía el sonido; el aire olía a una mezcla de sudor humano y animal, así que mientras estaba despistado agudizando el oído y enfocando la vista con la intención de obtener más datos valorables, Aníbal tocó mi hombro y me sobresaltó. Este tío tiene la cualidad de aparecer por sorpresa cuando menos lo esperas y eso, a veces, es irritante.

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Cuentos de la ciudad antigua (63)

Expuse el caso con la mejor de mis habilidades narrativas y sumo cuidado en el uso de metáforas u otros recursos literarios, reduciéndolos en la medida de lo posible para no extenderme ni hurtar con florituras sentido al relato. Le hablé cuanto pude de mi conjuro, con cuidado de mantener oculta la información que un mago no debe transmitir sino a su sucesor cuando llegare tal coyuntura, e hice una pausa dramática en mi crónica justo en el momento en que adherí el mechón de Kendri en la cabeza de la figura de cera y otra aún más trágica cuando antes del amanecer sonó aquel incierto crujido de madera en el granero.

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Cuentos de la ciudad antigua (62)

Esta tarde volvía a casa del mercado después de trujamanear algunos enseres a los que ya no iba a sacar partido por un precioso mero de buen tamaño con unas ocho minas de peso, relamiéndome pensando cómo quedaría después de cocinarlo sobre piedras candentes, con algo de aceite, setas y sal, para sorprender a Lisístrata, cuando me asaltó por la calle la cuarta esposa de Belenus, una mujer de mediana edad, cabellos castaños, potentes caderas y pequeños pechos, pero luciendo unos brazos y antebrazos de tal tamaño que me hacen pensar en que jamás me atrevería a llevarle la contraria. Junto a ella trotaba una chiquilla de no más de doce años que llevaba amarrados a siete macacos de la Berbería.

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Cuentos de la ciudad antigua (61)

“Tras la caída de Asdrúbal, Aníbal se hizo con el mando de los asuntos en Iberia e inmediatamente partió para someter al pueblo de los olcades. Llegó a las puertas de Althia, su ciudad más fuerte, estableció su campamento ante ella, la atacó con formidable energía y logró tomarla en poco tiempo, lo que hizo que los demás pueblos, horrorizados, se entregasen a los cartagineses. Aníbal recaudó una fuerte suma con esa victoria y regresó a Qart Hadasht para pasar el invierno”.
Fragmento del Tomus tertius de Historiarum, escrito por el historiador griego Polibio

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Cuentos de la ciudad antigua (60)

Con cuánta facilidad me acostumbro a lo bueno. Tras años de avatares que sólo me permitían descansar pocas horas resulta que regreso a mi ciudad y recupero la costumbre de la siesta ineludible. Además, me lo pensé mucho al elegir esta pequeña casa y que sólo tuviese mi cama para el descanso porque gracias a ello Lisístrata duerme a mi lado. A veces, esta manía de planificar y analizarlo todo da grandes resultados.

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Cuentos de la ciudad antigua (59)

Durante los primeros días en Qart Hadasht temí que Lisístrata me hiciese alguna jugada que terminase con mis huesos de nuevo en la mazmorra, pero parece que no se plantea esa posibilidad. Salimos todos los días a caminar juntos por el entorno y ni saca el tema ni encontramos a nadie conocido que pueda recordárselo; supongo que tras diez años de ausencia por mi parte y de ocupación por los cartagineses ya nadie me recuerda ni pregunta porqué fui injustamente encarcelado. Además, el objeto de mi prendimiento ya no existe y la feroz Boudica, única persona a la que retraté, desnuda, con aquel artefacto, huyó probablemente a la ciudad de Spal, en pleno corazón de Tartessos, tras un altercado callejero contra estas fuerzas usurpadoras; aunque aquí nadie los ve así sino como el apoyo necesario para nuestro progreso; ya sabéis que los mastienos destacamos también por nuestro sentido de la tolerancia. Pero hay algo en esta nueva Mastia que me incomoda, el olor.

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Cuentos de la ciudad antigua (58)

Dejemos de lado el devenir celestial, aunque anticipo que la abdicación de El provocará tensiones carnales entre el entronizado Yamm y su madrastra Asera, y volvamos al mundo mortal, porque en el Mediterráneo todo es calma y en la nave tiria reposa la marinería tras el aterrador combate mientras Aderbal discute en el coronamiento de popa con Lisístrata sobre el destino final del navío y yo, sentado en el castillo de proa, observo en silencio la intensa belleza de Abir, capaz de mutar en segundos en la imagen más espantosa imaginable, y no me canso de admirar ese perfil impecable, esa boca de labios finos pero perfectamente dibujados, esos ojos almendrados con iris del color del ámbar, esos pechos cuyo perfecto tamaño los hace sólo merecedores al cuerpo de una diosa y ese… voy a dejar de describirla no sea que lea estas notas en algún descuido mío y acabe convertido en su desayuno.

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Cuentos de la ciudad antigua (57)

Mientras Anfítrite, Príapo y Tritón levitan sobre el mar y se alejan cogidos del brazo contoneando afectada, entusiástica y sincronizadamente las caderas para ascender después hasta alturas imposibles proyectando mentalmente las múltiples orgías que llevarán a cabo en cada rincón de palacio en el éter celestial, Astarté y Abir observan el estado del campo de batalla.

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Cuentos de la ciudad antigua (56)

Más o menos a la distancia de un estadio desde la popa emerge Anfítrite con aspecto feroz y tridente en ristre; a su lado surge la figura de Tritón, su hijo, mitad superior con la apariencia de un adolescente humano enfurruñado y mitad inferior piscícola y así lo digo porque no se parece en nada a ningún pez conocido. Alrededor de ambos hay un intenso bullicio provocado por grandes escualos, enormes crustáceos y gigantescos pulpos. Madre e hijo miran con gran seriedad a la nave tiria, pero también buscan alguna otra presencia aún no manifiesta.

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Cuentos de la ciudad antigua (55)

“La nereida Anfítrite recibió los requerimientos amorosos de Posidón con repugnancia y huyó al monte Atlas para evitarlo, pero él mandó mensajeros tras ella para que la convencieran de vivir con él en las profundidades marinas; entre aquellos mensajeros se hallaba Delfino, quien defendió la causa de Posidón con tanta pasión que ella cedió y le pidió que arreglara el casamiento. Posidón, en agradecimiento, puso la imagen de su mensajero entre las estrellas como una constelación, el Delfín.”
Anfítrite le dio tres hijas a Posidón que constituían una tríada: Tritón, la luna nueva propicia, Rode, la luna llena de la cosecha, y Bentesicime, la luna vieja peligrosa. Pero Tritón fue posteriormente masculinizada”.
Fragmento de la Astronomía poética del escritor hispano del siglo I Higino y reflexión sobre uno de Los mitos griegos del erudito británico Robert Graves.


Mientras Astarté y Tiamat visitan a Príapo en su templo de Lámpsaco, en otro lugar muy lejano y profundo se halla un dios observando cómo los humanos se entregan a sus enardecedoras pasiones sexuales, mientras acaricia su masculinidad con parsimonia de arriba a abajo y de abajo a arriba. Está tan inmerso en ello, tan ajeno a lo que le rodea, que no percibe el acercamiento ni siquiera cuando la intrusa lo rodea y le coloca su boca junto al oído al tiempo que observa lo que tanto excita a su pequeño.

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